Las calles para las mujeres

Jimena Ramírez Casas

viernes, 5 de noviembre de 2021  |   

En la última semana del pasado mes de mayo, una serie de casualidades me llevaron a participar de un taller convocado por el Museo de Bogotá, cuyo propósito fue reflexionar colectivamente sobre las violencias basadas en género en el marco de las movilizaciones ciudadanas que desde abril habían tomado diversos espacios públicos colombianos.


Foto: Claudia Waslet. Biblioteca Nacional, Ciudad de Buenos Aires.
Obra de Alicia Cazzaniga, Francisco Bullrich y Clorindo Testa.

El taller devino en un espacio de sororidad formado por un pequeño grupo de mujeres entre los veinte y cuarenta y cinco años de edad. No fue sorprendente para ninguna de nosotras saber que todas y cada una habíamos sufrido episodios violentos por el solo hecho de ser mujeres. En una de las actividades hablamos de los múltiples episodios de violencia sexual que se han registrado en el marco del paro nacional que comenzó en Colombia la última semana de abril.

Otro de los ejercicios colectivos consistió en compartir experiencias de agresiones en los espacios públicos urbanos que recorremos a diario en Bogotá. Episodios de acoso callejero, manoseos en el transporte público y un sinfín de pequeñas agresiones que en conjunto hacen que recorrer la ciudad sea una experiencia de riesgo.

La puesta en común de muchas de las agresiones de las que somos víctimas en el espacio público da cuenta de la premisa básica del urbanismo de género: el espacio público no es único, neutral, ni universal. Subordina de manera diferente las corporalidades de las personas, no solo debido a la diferencia sexuada, sino a las diferentes formas de uso según los roles que nos han sido asignados. En ese sentido, la configuración de los espacios públicos puede coartar o habilitar actividades, libertades y movimientos. 

Una de las variadas formas en que se expresa la desigualdad urbana tiene que ver con las maneras en que las mujeres habitamos, usamos y nos apropiamos del espacio urbano (Ramírez Casas, 2020). Las mujeres –al menos gran parte de nosotras– planeamos nuestros recorridos por la ciudad en función de nuestra seguridad personal, y no solo por temor al delito callejero. Todas tenemos anécdotas que describen alguna situación peligrosa, propia o ajena, que nos lleva a planificar estrategias para salvaguardarnos. 

Por consiguiente, esta manera particular de recorrer la ciudad, las ciudades, forma parte no solo de mi cotidianidad como urbanita, también permea mis capacidades como investigadora. 

Los primeros años de mi vida adulta transcurrieron en Bogotá, cuando era una de las ciudades más peligrosas del continente, así mi forma de vivir en una ciudad está signada por mi experiencia bogotana. Los últimos veinte años he vivido en Buenos Aires, pero no he abandonado mis modos bogotanos. En mi vida urbana porteña hay experiencias particulares que están atravesadas por mi condición de mujer, en primer lugar, y luego también por la condición de inmigrante. Mi interés profesional por los modos de apropiación y usos del espacio público está también signado por esta doble condición de otredad: mujer e inmigrante.

Ciudades para las mujeres
Desde 1981, cada 25 de noviembre se conmemora el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las mujeres en honor a la memoria de las hermanas Mirabal, activistas dominicanas muertas en manos de la dictadura de Trujillo. A principios de los noventa, esta conmemoración tuvo reconocimiento de los organismos internacionales.

La cotidianidad de la vida urbana nos depara algunas de estas violencias. En los últimos tiempos se ha empezado a discutir el derecho de las mujeres a transitar las calles sin ser víctimas del acoso callejero, tanto así que en diferentes ciudades este comportamiento otrora naturalizado se ha convertido en una contravención. 

En este punto es necesario señalar la imperiosa necesidad de una planificación urbana con perspectiva de género. El Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos, (ONU-Hábitat), habla de la importancia de implementar medidas encaminadas a pensar el urbanismo de las ciudades con perspectiva de género: «La falta de seguridad y movilidad es un serio obstáculo para alcanzar la igualdad de género en la ciudad, en la medida que limita el derecho de las personas a participar plena y libremente como ciudadanos en sus comunidades».

Mujeres en las calles o las calles para las mujeres
El 3 de junio de 2015 decenas de miles de mujeres de las más variadas edades, extracto social e ideología tomaron las calles argentinas para exigir el fin de los feminicidios, la forma más extrema de violencia machista. Desde entonces, las marchas multitudinarias se repiten cada año y las frases emblemáticas «ni una menos», «vivas nos queremos», pueden leerse en pancartas, camisetas, pañuelos y mochilas de quienes se concentran en los más diversos espacios públicos urbanos argentinos, calles metropolitanas, plazas de ciudades intermedias. 

Al menos en la Ciudad de Buenos Aires, este grito colectivo empieza a ser escuchado. Recientemente, las políticas públicas porteñas empiezan a tener en cuenta las variables de género. Si bien está lejos de ser una ciudad planificada con los lineamientos del urbanismo de género, desde los entes gubernamentales se están generando datos con perspectiva de género que a la postre permitirán formular –planificar– políticas públicas transversales a todos los sectores de la sociedad. En este sentido, es de gran importancia la presentación por parte del Gran Buenos Aires de un Sistema de Indicadores de Género, un compendio de datos estadísticos y de gestión con perspectiva de género, que permite visibilizar la situación diferenciada entre varones y mujeres en la ciudad. La iniciativa, que pretende cerrar la brecha estadística y producir información específica para contribuir a disminuir las desigualdades, es un paso fundamental para diseñar las políticas necesarias para lograr la igualdad de oportunidades entre los diversos habitantes de la ciudad.

Del mismo modo, la Defensoría del Pueblo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, siguiendo el derrotero planteado por la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de la ONU y buscando cumplir con los objetivos de igualdad de género, realizó una encuesta para conocer la percepción de seguridad de las mujeres y las niñas en CABA. La información recopilada con este herramienta permite dar cuenta de cómo es vivida la ciudad en términos de la percepción de (in)seguridad por parte de las mujeres y las niñas, remitiendo a la noción de «ciudades seguras para las mujeres» que reconoce a la ciudad como un ámbito donde la violencia hacia las mujeres se expresa de múltiples formas, que van desde la agresión verbal al femicidio. 

Si bien en la Argentina se reconoce una marcada tradición de movilizaciones masivas desde inicios del siglo XX, no deja de ser sorprendente que el movimiento Ni Una Menos haya adquirido tanta notoriedad en el resto del continente y que se lo reconozca en gran parte del mundo. 

Las mujeres argentinas han protagonizado movimientos más que emblemáticos. No hay más que recordar la huelga de inquilinos en 1907, también conocida como huelga de las escobas, o las no tan glamorosas prostitutas de San Julián, que en 1922 se negaron a prestar sus servicios sexuales a los soldados que masacraron peones rurales en las estancias patagónicas. Estas y muchas otras anónimas mujeres han tomado las calles desde hace tiempo, transgrediendo las costumbres y tradiciones que dictan que el lugar de la mujer es el espacio doméstico. Son ejemplo para las muchas mujeres que en este momento están en las calles latinoamericanas gritando «no nos maten». 

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