De lo individual a lo comunitario

Celeste Fisch

martes, 22 de junio de 2021  |   

Hace poco más de cuarenta años, en el conurbano norte, Vivienda Digna, de la Fundación Sagrada Familia, comenzaba con su misión «la promoción de las personas a través del acceso a una vivienda digna». Y elegía como una de sus formas de hacer —y de ser— el Esfuerzo Propio y la Ayuda Mutua (EPAM).

Desde ese momento, la fundación acompaña a grupos de familias a llegar a tener una casa adecuada.  A lo largo de los años, con diferentes matices y en distintos lugares, grupos que se llamaron a sí mismos Juntos Podemos, Unidos Podemos, 15 Esperanzas, Renacer, Nuestro Sueño, Creando Futuro, y otros, trabajaron juntos, por las casas de todos, para llegar a la propia.

Un terreno es la oportunidad de un nuevo proyecto que se concreta con diversas formas de financiación: donaciones, préstamos, subsidios del estado, voluntariados, aportes de las familias. Desde el inicio el proyecto se difunde, se da a conocer a través de referentes locales, las familias se informan y se inscriben. Vivienda Digna conforma el grupo, priorizando la necesidad de vivienda y las familias con hijos menores a cargo, que quieran y puedan trabajar a lo largo de un tiempo junto con otros y que puedan devolver lo recibido con una financiación adaptada a sus posibilidades.

Se busca la participación activa de las familias, a través de reuniones periódicas y jornadas de autoconstrucción asistida, en las que se impulsa que los destinatarios asuman un rol activo en la organización y ejecución de las tareas. Esto es un requisito central para afianzar el esfuerzo individual y la ayuda mutua, el aprendizaje colaborativo, los vínculos sociales y un mayor sentido de pertenencia y compromiso, y posibilitar así una mejor integración social y comunitaria.

Proyecto Suelo Firme
Me gustaría compartir con ustedes el último proyecto de urbanización y vivienda nueva, Suelo Firme, todavía en ejecución. Fue distinguido en 2020 en el concurso Arquitectura Argentina Solidaria (CPAU-SCA).

La idea rectora fue la de generar un nuevo barrio de viviendas y usos complementarios, equipado con espacios públicos, semipúblicos y privados que provean un clima de vecindario integrado, y donde los habitantes encuentren oportunidades de una vida segura y plena, y la posibilidad de construir una vivienda digna donde realizar su proyecto de vida familiar y comunitario.


Proyecto Suelo Firme desde el cielo. Foto: Esteban Funes.

El proyecto urbanístico se realizó sobre 5 ha, subdivididas en 7 manzanas, con 98 lotes de aproximadamente 250 m2 de superficie cada uno, un espacio público para equipamiento comunitario y un espacio verde libre público una plaza— a escala barrial. El espacio público para equipamiento comunitario está estratégicamente ubicado, de manera que funcione como articulador entre la nueva población y la «más antigua». Se prevé como un lugar de reunión, trabajo, intercambio y recreación, donde se desarrollen actividades de interés de los vecinos.

Se propusieron tres prototipos de viviendas de dos dormitorios, siempre de 56 m2. Cada prototipo tiene una distinta distribución, pisada en el terreno y formas de crecimiento, que es explicada a las familias en un taller. Cada familia elije el prototipo que prefiere y más se adapta a sus necesidades. Con esta elección, el equipo define, teniendo en cuenta la ubicación en el terreno, las esquinas y la orientación, la distribución de los prototipos en los lotes. Hacia el final del proyecto, con diferentes metodologías, cada familia conoce cuál será su casa, de forma de poder intervenir en las terminaciones.

La obra comenzó en 2014, y se fue avanzando en etapas de cuatro grupos, cada uno con aproximadamente 25 familias, y dependiendo del financiamiento. En este momento estamos finalizando las ultimas 17 viviendas.

Arquitectura por el bien común
En estos días se cumplen quince años de la mudanza del primer grupo con el que trabajé, Arroyo Claro. Si bien yo entendía y compartía las bondades del trabajo grupal, recién al terminar el proyecto pude comprender realmente la potencia de lo comunitario.

Me di cuenta que esas familias, que se habían acercado por una necesidad —un derecho— individual, habían conseguido no solo eso, sino la experiencia casi única de la comunidad en acción. Que además de sus casas tenían un barrio, y más que el barrio, una comunidad, con la experiencia extraordinaria de que es posible trabajar juntos por un bien común. Y que esto no está reñido con el bien individual, sino que cada individuo es el único que aporta «lo suyo» a esa comunidad y juntos se complementan en una búsqueda superior.

Entonces, la comunidad y lo individual, no el individualismo, funcionan bien juntos, como el hierro y el hormigón. Se sostienen, trabajan juntos, son solidarios. No perfectos… juntos, y con la mirada puesta en el otro.
Este año fui invitada a colaborar junto a otros arquitectos en un nuevo Programa del CPAU, llamado Arquitectura por el bien común. 

Los enormes problemas del hábitat son desconocidos, relegados, o ignorados por la mayoría de la sociedad, también por gran parte de arquitectos. Pero, por otro lado, también existen —como en la sociedad toda— arquitectos y organizaciones que silenciosamente entregan su saber y su ser por la mejora del habitar de otros. Conocer esas prácticas, visibilizarlas, mejorarlas, sumarnos, capacitarnos, entregarnos, son parte de los objetivos que se comparten en los inicios del programa. 

El bien común es el objetivo que nos hace comunidad por excelencia. 

Tengo la enorme ilusión de que sea una oportunidad para encontrarnos, arquitectos y arquitectas, sirviendo, trascendiendo hacia la «gran comunidad» de la que formamos parte y que nos necesita. Ojalá que seamos muchos los que seamos parte de este llamado. 

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