Miradas desde la arquitectura rural

Joaquín Trillo

martes, 31 de marzo de 2020  |   

El patrimonio como resistencia


Las prácticas de movilidad sobre un territorio controlado son un recurso productivo y una forma de vida extensamente difundida en el ámbito de la ruralidad. En torno a estas dinámicas, diversos pueblos lograron dimensionar un habitar basado en el ejercicio de circuitos estacionales recorridos cíclicamente a lo largo de diversos puntos de permanencia. Con este fin, diseñaron soluciones para la construcción de unidades domésticas que trascienden su lectura instrumental, creando un escenario de significados capaces de conformar un paisaje social con sentidos y necesidades propias. Respondiendo a las oportunidades que brinda cada medio, las arquitecturas vernáculas lograron alcanzar su forma, función y materialidad como resultado de trayectorias en constantes procesos de actualización —contextos históricos, políticos, económicos, climáticos, sociales, etc. 

Materialidades de las arquitecturas vernáculas en el Chaco Central.Pero los discursos de la modernidad suelen ignorar estas complejidades. Basados en criterios de homogeneización —de las formas de vida— y estandarización —de las tecnologías—, los proyectos promovidos por las agencias para el desarrollo no suelen responder a las particularidades del entorno agrario, imponiendo pautas y formas de habitar no consensuadas con las poblaciones receptoras de estos programas. Diseñadas en base a conceptos y estadísticas de medición característicos de situaciones urbanas (por ejemplo, el Índice de Necesidades Básicas Insatisfechas) se observa cómo estos programas evidencian sus falencias al ser implementados en medios rurales con trayectorias y conformaciones diversas que requieren de una aproximación específica para cada caso. Sin bien estas arquitecturas responden a una complejidad social que amplía las características materiales de sus habitaciones, los modelos de valoración del desarrollo subestiman estas riquezas a la vez que estigmatizan sus recursos constructivos. Así, se devela una de las caras ocultas del desarrollo, como una herramienta de influencia sobre aquellas alteridades que escapen a la órbita de la modernidad global.

Como reacción a estas formas de imposición, grupos indígenas y campesinos han sabido desplegar una gran variedad de estrategias, las cuales han sido abordadas desde diversas perspectivas por los estudios críticos del desarrollo[1]. Entre ellas, nos interesa enfocarnos en la resistencia. A partir de esta dimensión, en nuestras experiencias de campo hemos podido apreciar nuevas arquitecturas en comunidades rurales del Chaco Central y las Yungas salto-jujeñas, que sus habitantes despliegan como una forma de apropiación y resignificación sobre los prototipos de la modernidad. En el marco de los Planes de Vivienda Social, vemos cómo estas expresiones representan acciones de contra-labor[2] que invierten las propuestas alóctonas del desarrollo, hacia una arquitectura adecuada al lugar. De esta manera, las unidades fomentadas por los Institutos de Vivienda son reconfiguradas mediante adiciones y sustracciones que resignifican material y tipológicamente a los planteos iniciales. Modificaciones que llegan a refuncionalizar sus usos, desafiando a los discursos para los cuales fueron diseñadas. Iniciativas que surgen como formas de resistencia, por medio de la traducción de los modelos del desarrollo a un lenguaje local.

Escenas de apropiación, resignifiación y resistencia en las arquitecturas rurales del Chaco Central y Yungas salto-jujeñas.Si entendemos al patrimonio como una construcción social, que se manifiesta a partir del trazado de un discurso identitario cambiante; entonces sería posible reconocer en la resistencia una forma de valorización que habilite nuevos procesos de empoderamiento de grupos minoritarios. Reconocer a las acciones de resignificación como un reclamo, permitiría estimar estas arquitecturas invisibilizadas como una reivindicación en donde las prácticas alternativas nacen desde la resistencia a las imposiciones de los modelos dominantes (junto con los grupos e intereses ocultos detrás de sus discursos). Ampliar la mirada hacia los actos que redefinen el desarrollo podría suponer otras formas de aproximarse al patrimonio vernáculo construido.

El estudio de las identidades narrativas de una comunidad rural se presenta como un ejercicio fundamental previo a la realización de cualquier intervención proveniente desde el exterior. La interpretación de esa identidad, desde un presente sujeto a un contexto determinado, es lo que hace a un proyecto sustentable tanto en el plano físico como social. Desde esta perspectiva, una intervención que ignore las trayectorias de las arquitecturas regionales podría transformarse en un acto dominante y un engranaje del desarrollo como acción colonizadora. Como resultado, la arquitectura rural nos brinda otras miradas para decolonizar la arquitectura[3], desde la academia hacia las prácticas de la profesión en el territorio. 


[1] Para ampliar sobre estas teorías ver: Arturo Escobar. «Más allá del desarrollo: postdesarrollo y transiciones hacia el pluriverso». En: Revista de Antropología Social, N°21, 2012, pp. 23-62.
[2] En su trabajo «Reconfiguring modernity and development from an anthropological perspective» [Reconfigurar la modernidad y el desarrollo desde una perspectiva antropológica], Alberto Arce y Norman Long (2000) utilizan el concepto de contra-labor para referirse a las reconfiguraciones que los actores locales realizan sobre las intervenciones del desarrollo y la modernidad.
[3] Siguiendo la perspectiva de la modernidad/colonialidad, el autor Yasser Farrés Delgado ha escrito diversos artículos sobre críticas decoloniales a la arquitectura y el urbanismo. Entre ellos «Arquitectura y decolonialidad: algunas ideas sobre la Escuela de Artes Plásticas de Ricardo Porro». En Aisthesis, N° 60, diciembre 2016, pp. 167-190. Pontificia Universidad Católica de Chile. Santiago, Chile.