Arquitecturas de lo invisible

Lluís Ortega

viernes, 5 de abril de 2019  |   

Lo intermedio es aquello verdaderamente específico de la disciplina, la tensión indisimulada entre lo técnico, lo tecnológico y lo cultural.

A riesgo de simplificar, podemos afirmar que, desde la eclosión de la digitalización, la disciplina se ha bifurcado en dos vías que han ocupado mayoritariamente el arco mediático, académico y profesional occidental. La primera estaría protagonizada por los optimizadores del mundo, aquellas prácticas que, herederas del movimiento moderno y de la tradición high-tech, ven en la digitalización un proceso instrumental de optimización. Para ellos, la digitalización es un proceso de modelado que prima proyectos basados en unos estándares predeterminados de tipo productivo, de gestión, económico, energético, entre otros. La segunda vía sería la heredera del primer posmodernismo, donde la práctica arquitectónica deviene en la ilustración blanda de un discurso, en la simbología de una ideología predeterminada. En este caso, la digitalización se propone como un problema gráfico. En los dos modos, la digitalización se ha naturalizado sin problematizarse. Es interesante ver cómo ambos fenómenos, el tecnocrático y el neo-posmoderno, que se presentan a sí mismos como irreconciliables, son, de algún modo, las dos caras de una misma moneda. La primera línea se abandera como profesional y efectiva, y cierra, o pretende evitar, el vértigo que produce la necesidad de preguntarse por los nuevos estándares, aquellos que destituyen y redefinen el statu quo de la práctica de arquitectura. La segunda línea se presenta pretenciosamente como transgresora, y cierra, o pretende evitar, el vértigo que produce la necesidad de lidiar con lo desconocido, limitándose a repetir modelos resultadistas predeterminados. Ambas constituyen las dos vertientes de facto que encarnan y articulan el poder disciplinar actual, y lo hacen compartiendo una única mirada conservadora y simplista. 

IIT Illinois Institue of Technology, 2017-2018, InteriorScapes, Profesor: lluís Ortega, Alumnos: Mohammad Kassem, Mario Serrano, David Walczyk.Sería más interesante, quizás, repensar una versión actualizada de las paradojas y las contradicciones que desarrolla el mundo de Reyner Banham, que oscila entre una voluntad performativa presentada por el discurso de su libro La arquitectura del entorno bien climatizado[1] y una auto-conciencia cultural representada por la fascinación por Archigram, donde lo múltiple convive al servicio de la intensificación vital: una práctica donde la arquitectura se entiende como proceso y organización, y no como pintura o composición. Este vitalismo revitalizado, o vitalismo digital, es ahora más movilizador que nunca, ya que se desarrolla frente a un contexto tecnológico que tiende a ser positivista por defecto. Requiere, por lo tanto, de una auto-consciencia disciplinar y cultural y, en ese sentido, su efecto disruptivo, político y cultural es mucho más potente. La sabiduría de Banham, como la de Cedric Price, por poner un segundo ejemplo, ya avanzaba modos precursores de una práctica lúdico-transformadora en esta dirección. Sus trabajos fueron desarrollados alrededor de la tecnología, como no podría ser de otra forma en un mundo tecnificado, pero lo hicieron desde la precisión y el humor: ambos son desprejuiciados en sus juicios y comprometidos en sus preguntas. Sus textos y proyectos, por otro lado, se centran en lo performativo, no en lo formal, y no tienen reparos en abordar lo múltiple si eso les permite alimentar la consistencia intelectual de sus argumentos o proposiciones. Hoy, el proyecto más inteligente sucede a partir de prácticas que, del mismo modo, miran al futuro con el objeto de vivir un presente con intensidad y con riesgo, desplegando una arquitectura fresca, cargada de sabiduría disciplinar y de innovación tipológica y tecnológica. Para ello, el arquitecto se sumerge en el mundo de forma interesada pero abierta, de un modo libre. 

Tal empresa requiere una mediación técnica dirigida hacia lo desconocido, donde la historia se ve como un material a diseñar con la mirada puesta en el futuro, donde lo computacional se despliega como inteligencia sistémica y organizativa, y donde lo digital funciona como un medio para el desarrollo de aquello que está entre medio. 


[1] Banham, Reyner. La arquitectura del entorno bien climatizado. Infinito, 1975.