Latinoamericanos y rioplatenses

Horacio Sardin

jueves, 23 de agosto de 2018  |   

Ante un pensamiento arquitectónico desarraigado en nuestras facultades y nuestras ciudades, con predominio de lo global frente a lo local, el arma más eficaz es el de un trabajo subterráneo, más próximo a nuestras raíces.

Necesitamos episodios épicos en la enseñanza de la arquitectura. Si pudiéramos tan solo aportar un grano de arena para la construcción de la cultura arquitectónica, que es parte de nuestra cultura, si pudiéramos tan solo dejar una huella que pueda resistir el paso del tiempo y despertar en los estudiantes un espíritu de búsqueda y de rebeldía, de ser jóvenes y generar una ruptura del actual estado de las cosas, de la apatía imperante, del conformismo que se respira, con la posibilidad de cambio, de compromiso con nuestra sociedad, de vocación de servicio, para dejar de ser eficientes instrumentos del establishment, para convertirnos en protagonistas culturales de las generaciones futuras, nuestra tarea estará cumplida.

No enseñamos solo arquitectura. Formamos personas, hombres libres y pensantes. Debemos generar capacidad de reflexión y transmitir la fe en la autoeducación. Los estudiantes tienen que ser capaces de ser libres y entrenarse a sí mismos.

Si bien nuestra universidad es autónoma, con independencia política y administrativa respecto de los factores externos, no debe estar aislada de la comunidad que le da sustento. Lo mismo, la formación del arquitecto debe estar ligada fuertemente a la región donde se despliega. El espíritu del lugar y sus resonancias deben guiar el camino de la enseñanza de la disciplina para formar no sólo profesionales sino también personas con pensamiento crítico y activismo social, enraizadas en un lugar en el mundo y comprometida con él.

Taller de Arquitectura Roca-SardinSomos en principios latinoamericanos, con una historia que nos emparenta con nuestros vecinos más allá de las diferencias, con realidades y problemáticas similares. Y en particular somos rioplatenses con condiciones singulares, las de vivir en una extensa llanura frente a un río de proporciones marítimas, en una ciudad que no llega a él. Como arquitectos tenemos que trabajar en las próximas décadas en convertir a Buenos Aires en una ciudad más equitativa con un sur que pueda resolver las grandes problemáticas vigentes, como son los temas de la vivienda digna, el espacio público, los equipamientos culturales, sanitarios, deportivos y el tema del transporte público.  Aplicarnos al desafío de la ciudad extendida, de las periferias urbanas que presentan un crecimiento ininterrumpido y descontrolado. También debemos, como imperativo de todo arquitecto rioplatense, reinventar la frágil relación ciudad-río. Para lograr estos objetivos la facultad debería emplear todas sus energías en la investigación y la experimentación en estos campos.

Tanto en la ciudad como en la facultad vemos con frecuencia un pensamiento arquitectónico desarraigado con predominio de lo global frente a lo local, con proyectos indiferentes al lugar, poco adaptados al clima, desconociendo nuestras condiciones socioeconómicas y culturales. Tendencia que le sustrae interés a nuestra producción, en un contexto de otros latinoamericanos que sí están en su eje y que hacen la diferencia.

La globalización es un dato de la realidad. Sería ingenuo no reconocerlo por no comprender cómo funcionan los complejos procesos históricos. El avance de la planetarización de la civilización tecnificada e informatizada sobre la cultura, la que significa diversidad, a través de su poder político y sistema de control social, anuncia la asimilación y muerte cultural de lo diferente. El paradigma de lo global representa el capital simbólico de la cultura dominante extrarregional, masificando costumbres, valores e ideas, generando mercados y espacios aptos para sus intereses político-económicos. En la esfera cultural, se produce la pérdida de valores étnicos tradicionales, seguido por la internalización de la ideología del grupo de elite y la visión negativa del universo cultural propio. Esto arriba a una identidad degradada con respecto al propio origen. Esta realidad contundente diluye identidades, tiende a eliminar las particularidades regionales, afectando todas las expresiones de la vida, así como también la arquitectura y la formación de los arquitectos. Ante este escenario indiscutible e inexorable, es importante saber cómo movernos en él. Es fundamental la construcción de un espacio cultural con la utilización inteligente de recursos culturales comunes regionales, no valorados en el pasado. Generar un pensamiento arquitectónico desde nuestros talleres universitarios con productos de calidad y compenetrados con nuestras raíces y problemáticas. Ante el influjo globalizante, la única manera de resistir culturalmente es a partir de la creatividad, de forma positiva, sin diluir nuestras creaciones en un magma homogéneo y sin identidad.

El desafío es trabajar con toda nuestra energía para concebir un pensamiento arquitectónico situado, reconciliando nuestra tradición regional con el espíritu de nuestro tiempo, que es siempre global y cosmopolita. Procurar una arquitectura apropiada sin dejar de integrar los llamados “prestamos culturales” para concebir obras locales que trasciendan lo específico del lugar y alcancen la universalidad. Nuestro rol en la formación es el de trasmitir conocimientos, habilidades y actitudes con el objetivo que nuestra arquitectura pueda hacer su aporte cultural a la región.

La arquitectura trasciende y repercute en la cultura donde surge. La increíble desmesura de nuestra función es dar forma a nuestro modo de vivir en el mundo. Los grandes problemas aún no están resueltos. El deterioro medioambiental y social genera una profunda crisis espiritual. Es necesario que busquemos una nueva visión, una nueva comprensión del medioambiente y la cultura.

En nuestras facultades muchas veces se corrigen proyectos, pero esto no alcanza. Hay que enseñar arquitectura en toda su dimensión humanista. Tenemos que ser formadores de arquitectos críticos y conscientes de que es necesario ser parte tanto de la revolución social como de la revolución medioambiental. Ésta será tal vez nuestra tarea fundamental, nuestro aporte como transformadores de la realidad. Los miles de estudiantes que pasan por nuestras aulas serán en el futuro arquitectos proyectistas, teóricos, docentes, empresarios, constructores, comerciantes, otros integrarán la administración pública, serán políticos, periodistas, etc. Lo importante es que desde cada rincón de la disciplina puedan realizar un aporte a la comunidad de manera positiva y en búsqueda del bien común.