Las fronteras disciplinares del Paisaje

Juan Pablo Porta

domingo, 26 de marzo de 2017  |   

Durante las ultimas dos décadas, el diseño del paisaje ha expandido sus fronteras de intervención. El alcance de esta disciplina ya no solo se limita al diseño de parques y jardines, y año tras año va cobrando un rol más importante y abarcativo en el desarrollo de la planificación urbana de las ciudades.

Del diseño de proyectos encerrados en sí mismos, hemos ido pasando al diseño y manipulación de grandes superficies urbanas. Superficies que no son estáticas, no son homogéneas, no son neutrales, y no están enmarcadas en límites precisos. El término paisaje ya no remite exclusivamente a las perspectivas bucólicas del siglo pasado, sino que evoca algo más cercano a una matriz de funcionamiento. Una matriz de tejidos conectivos que organiza no solo objetos y espacios, sino también los procesos dinámicos y eventos que se mueven a través de ellas. Es el paisaje como superficie activa, estructurando las relaciones e interacciones entre los eventos que soporta. Una superficie activa, dinámica y responsiva en donde los eventos se despliegan a través del tiempo, asumiendo diferentes funciones, geometrías y situaciones que demandan cambios y flexibilidad.

Estos nuevos modos de operar de las prácticas del paisaje tienden a desarrollar modelos que superan tanto la dicotomía entre los urbano y lo arquitectónico, en términos de escalas y artificialidad, como así también el marco disciplinar correspondiente estrictamente a lo paisajístico y lo urbano, potenciando la generación de una práctica transversal de la cual emerge una capacidad de adaptación indispensable para responder a las transformaciones urbanas y territoriales a través del tiempo y a la multiplicidad de escalas y dominios de implementación necesarias.

Conceptos como la emancipación del objeto, en el cual la forma se desmantela y aparece difusa en territorios cada vez más robustos, o el tiempo como material evolutivo y ritmado a ser simulado, previsto y controlado, o el paisaje como infraestructura, en donde aparentemente ordinarios nudos de autopista, veredas, alineaciones de arboles, etc., emergen como potencial material de trabajo lejano a su presunción inerte, demuestran la necesidad de entender al Paisaje como un protagonista clave en el diseño de nuestras ciudades.

Toda duda o prejuicio en relación a estos nuevos modos de operar de la disciplina del paisaje como falsa ciencia, especies de geologías no rigurosas, neo funcionalidades, o ecologías quiméricas, queda expuesta como un mito conservador, el cual nos impiden tomar las oportunidades latentes que el crecimiento de esta disciplina nos presenta, y operar en busca de nuevos campos de actuación que nos permitan transformar aquellos obsoletos límites en fronteras, y llevar al Paisaje a trascender nuevas formas de conocimiento.