Superhumanismo

Francisco Cadau

lunes, 22 de abril de 2019  |   

Frente a un escenario caracterizado por el desvanecimiento de los marcos tradicionales y por la fragmentación y dispersión de la especificidad del medio arquitectónico, corresponde al arquitecto contemporáneo la doble responsabilidad de expandir y teorizar este proceso en busca de intensificar sus planos productivo, artístico y cultural. En este contexto, parece pertinente la revisión crítica de los modos y grados según los que se incorporan los medios digitales en el campo de la arquitectura, dando origen a una diversidad de modelos de práctica, y a toda una nueva relación entre tecnología y cultura arquitectónica. Para ello es necesario un mapa de las principales líneas de producción y conocimiento según las que se organiza esta diferenciación y, al mismo tiempo, un relevamiento comparativo de los posicionamientos disciplinares asociados a la consolidación de estos modelos. 

Edificio Damero. Francisco Cadau Oficina de Arquitectura. Campana, 2019. Plantas, secuencia de hiladas de la porción frontal de la envolvente de ladrillos, de arriba hacia debajo de la 1 a la 259. En rojo variaciones de rotación y translación del mampuesto respecto al aparejo de soga genérico.Cabe mencionar que esta diferenciación no opera en el vacío, y que si bien es evidente el alto grado de naturalización alcanzado por la cultura digital en la arquitectura, esto no necesariamente implica que la totalidad de las prácticas contemporáneas incorpore medios, técnicas o modelos digitales en sus procesos. Aún se conservan múltiples espacios desde los que se sostienen procedimientos y formas tradicionales de conocimiento disciplinar, evidenciando con frecuencia la persistencia de posiciones anacrónicas y refractarias respecto de la transformación cultural en movimiento. Por otra parte, la mayor parte de las prácticas arquitectónicas que se han integrado al proceso de transformación de la cultura digital, lo han hecho desde motivaciones no siempre teorizadas, asumiendo compromisos diversos respecto de las implicancias disciplinares de sus modos de praxis. 

Dentro de este proceso de transformación, se debe asumir la importancia del accionar intelectual en paralelo al de la práctica, ya que se verifican numerosas modalidades para las cuales la digitalización pareciera no haber racionalizado sus efectos culturales. Se trata de modos de práctica acoplados al proceso de la digitalización de una manera no mediada, con fines puramente utilitarios, y sin brindar en su proceso prácticamente ninguna contribución disciplinar fuera de la adquisición de eficiencia o eficacia. Este proceso de adaptación operativa al nuevo contexto es meramente concebido como parte de una estrategia de supervivencia de un sistema de referencias culturales preexistente a nuevas condiciones operativas, actuando en función de beneficios prácticos y evitando la valoración cultural de sus efectos, según posicionamientos que oscilan entre el pragmatismo y el dogmatismo.

En este contexto, se registran modos de práctica que determinan sus posicionamientos disciplinares a partir de las formas de relación entre el pensamiento computacional y las tecnologías digitales. Por un lado, en dirección opuesta a posicionamientos que resisten la cultura digital desde los bastiones del tradicionalismo, se reconocen prácticas que, fascinadas por las extraordinarias capacidades de las nuevas tecnologías, abrazan los medios digitales sin evaluar sus costos disciplinares, asumiendo una condición superior de la tecnología, y cediéndole a ésta el control del proceso arquitectónico y la determinación de sus objetivos. Tal deificación de la tecnología involucra un repliegue disciplinar respecto de lo digital, y propicia el desarrollo de prácticas donde a la creatividad de los efectos le corresponde una proporcional opacidad de los procesos y de las formas de conocimiento.
 
Como contrapartida al digitalismo entendido como nueva forma de la tecnocracia, puede construirse un modelo de pensamiento computacional que integre pero exceda las tecnologías digitales, estableciendo las condiciones para un proceso simbiótico entre inteligencias humanas y artificiales que las expanda mutuamente. Las tecnologías digitales se emancipan así de su condición de herramienta proyectual, para adquirir el estatus de armamento, al mismo tiempo que el arquitecto incrementa su poder creativo y operativo. Sin delegar en los medios el gobierno de los procedimientos sino, en cambio, desplegando desde ellos formas de control dúctil que integren el rigor procedimental con la sensibilidad, tal modelo ecualiza los planos estratégico, operativo y emergente del procedimiento arquitectónico nutriendo formas de investigación innovadoras según procesos rigurosos, transparentes en sus relaciones y cartografiables en sus formas. 

Apoyado en una concepción ecuménica de la cultura, este modelo posiciona al arquitecto como centro del proceso arquitectónico de una forma nueva, reedita la contraposición entre el teocentrismo medieval y el antropocentrismo renacentista, contraponiendo a la noción divinizada de la tecnología el concepto del arquitecto empoderado por la digitalización, que renueva el principio humanista según el que el hombre dispone de capacidades intelectuales potencialmente ilimitadas.